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Francisca Gata Amate, escritora.

Diario femenino de todas las guerras.

De "Poemas sobre lienzo"

La guerra.

Y si fuera negra la guerra.
Si la savia de los cuerpos sin vida
fuera negra también.
Si  recontando su ganado, muerto
por los lobos,
las lágrimas de Dios fueran negras,
como negro es el rencor y el miedo.
Negra la noche en que los mortales
blandieron la apuñalada justicia
creando el lienzo
de todas las desdichas.

Diario femenino de todas las guerras.

Ya me han crecido los pechos
y habré de ocultarlos para que los sacerdotes
no me quemen por bruja.  Habré de ocultarlos
y mis ganas de vivir, mi necesidad de vivir,
ahora que las alondras sueltan
su gemido de primavera, aunque sea EL Último Gemido
de La Última Primavera.
Mis pechos escapan igual que las margaritas,
igual que las rosas,  igual que todas las flores.
Escapan,
se acomodan al espacio libre,
son las aves de mi cuerpo,
se desperezan, se abren,
extienden sus alas y sus picos morenos.
Me siento contenta porque ya nadie me pisará
como a una niña, si acaso me aplastarán
como a una mujer.
Pero eso es otra historia
¿Verdad padre, hermano, marido mío, amigo de mis entrañas?
No ocultéis vuestro insulto,
casi comprendo vuestros alaridos.
El reposo de vuestro viril sueño. O vuestra soga en mi cuello
o la mordaza en mi cerebro.
La melancolía es de plata
como cuando muere una estrella.
Y nos quedamos tan solas, siempre solas, sumidas en el silencio.
Ellos decían: las mujeres son unas perras;
¡Traed los perros!
Aquellos ojos afilados de hombres
y perros.
Tanto taconazo para ratificar una masacre.
Los verdugos en un priapismo digno de ensalzar.
Calvas hacíamos las camas de los mariscales,
esos niños vengativos,
exigiendo sábanas de raso y piel alegre,
el vino tibio que la noche rezumaba de su vulva.
Pretendíamos ser humanas
y un dolor sexual nos reconciliaba con las bestias.
Calvas tocábamos el piano, envenenábamos el coñac
y nos defendíamos de nuestros parásitos.
Leíamos libros para los grandes hombres
y dejábamos a Satanás arañar
nuestro vientre. Calvas en el barro. Fecundas, fecundadas.
De regalo; una flor igual
que nuestro pecho y el insomnio de los amaneceres
en barracones sin planchar.
De regalo la femenina tristeza y el femenino miedo,
ese día y todos los demás.

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