La noche del condenado.
Traicionado
me siento, pues me ha crecido hierba en la mirada
y he de fingir que reniego del placer. Y he de llorar
sin alma y sin tristeza, con máscara de dolor
porque no duele.
Te apuesto mis recuerdos por tu ataúd sembrado
boca abajo, adentro, muy adentro,
sin salida, sin saliva, sin auxilio. Muy adentro.
De espaldas a la cruz
y a todas las montañas y a todos los caminos
y los ríos,
esos ríos que van sin detenerse,
desbordados de vida y de sangre
y de esperanzas.
Te apuesto mi estúpida pasión de payaso
fatigado,
con un destino muerto que no muere,
fantasma que a su pesar se rinde a la belleza.
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