La noche del condenado. Francisca Gata Amate. Ediciones Vitrubio
Tengo por libertad estas cadenas.
Tengo por libertad que tengo nudos
y un ancla ya oxidada para mi barco.
No hay otros cielos ni tierras, ni el espacio
reservado a todo hombre, ni el ángulo vital
de toda araña.
Llegado a este punto ni rezo ni comulgo
con la boca más blanca y más sedienta.
Rompo mis alas y desgasto mi tiempo.
Renuncio.
La gloria de vivir es un fruto podrido,
reducida a una apuesta con esos yacientes
que brindan por la noche con veneno.
No deseo los sueños ni este pálpito indigno
de saberme feliz si un pájaro
se acerca a defenderme, a traerme del viento
la garganta que aúlla y que refresca. No deseo
este absurdo que se complace en risas y en danzas
solitarias. Traicionado
me siento pues me ha crecido hierba en la mirada
y he de fingir que reniego del placer. Y he de llorar
sin alma y sin tristeza, con máscara de dolor
porque no duele.
Te apuesto mis recuerdos por tu ataúd sembrado
boca abajo, adentro, muy adentro,
sin salida, sin saliva, sin auxilio. Muy adentro.
De espaldas a la cruz
y a todas las montañas y a todos los caminos
y los ríos,
esos ríos que van sin detenerse,
desbordados de vida y de sangre
y de esperanzas.
Te apuesto mi estúpida pasión de payaso
fatigado,
con un destino muerto que no muere,
fantasma que a su pesar se rinde a la belleza.
0 comentarios