EL FELINO DORMIDO. Ediciones Vitruvio.
Es este el tiempo terrible de la casa vacía o sólo
ellos solos, clausurando habitaciones
sin espantar las moscas, por un poco de vida mendigada.
Camino marcando pasos de ayer por el pasillo
tras la procesión de los sexos, tras las espaldas como muros
arruinados,
acatando el amor, besando las horas arrinconadas
junto al olor de la comida sin digerir y los sueños
más limpios y más dulces. Esa luz, que no alumbra,
era la madre, con el vientre sin tribu, con el cabello
ya sin pájaros, y sin bella memoria de lo triste
y lo alegre, derramando geranios secos de su delantal.
Era la madre y era la escalera de ascender a los ojos
que el mañana encendía. Y aquél,
de lanza rota, llamado padre, aquel era el puño
golpeando la mesa, aquel era dios ahuecando la butaca,
el arado por el surco de lo preciso aunque sin gloria,
sin lágrimas siquiera y sin desnudos.
Adjetivo de lástima ansiando las cortinas corridas,
las estufas más cálidas y los años de libro. Tras esa puerta,
tras todas esas puertas que ni cierro ni abro, que araño
como animal rabioso,
que adoro, que abomino con flores,
que saludo con salmos antiguos,
me han brotado cadáveres que aún me llaman hija.
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