Cine negro. Ediciones Vitruvio. Poesía.
PHILIP MARLOWE
A la luz de la lámpara el detective mostraba un color verde preocupante.
Philip sabía comportarse en la leyenda
y ellos lo habían adivinado de antemano,
antes de subir hasta aquel despacho, más cerca de las nubes
que del infierno. Qué me dice ¿Contamos con usted?
No asimilaba los dedos con uñas tan largas en un hombre
ni esa risa de conejo asustado, tampoco el pañuelo alrededor
de su cuello, aunque la ansiedad era sincera.
Un mayordomo y su señor pretendían que husmeara en la basura
de un político singular, despreciado por todos,
menos por su mamá y ese desaparecido amante,
de rizos negros en una fotografía pasada.
Liberar el oro de la paja y, sin aspavientos. The End sin titulares.
Un brandy largo abrió el grifo del señorito y el mayordomo
se apresuró a consolarlo con un cigarrillo.
Philip no entendía esa clase de amor. Una rubia era una rubia y un hombre,
un mentón susceptible de ser partido en una pelea.
Alguien en quien puedes confiar una sola vez en tu vida.
O ni siquiera eso. Lágrimas como aquellas le venían grandes
como las camisas de su portero.
Se sentía viejo para aprender a jugar con otras cartas.
El muchacho realizaba florituras con sus manos
al explicarle el abandono y la desaparición de su bailarín,
por culpa del político corrupto y celoso. Artie impresionó el momento
con su contrabajo en esa casa de putas rutilantes
de la noche. La ruleta giraba vertiginosa, apostó
a que aquel muchacho le mancharía de mocos
cuando le dijera: que bien, que buscaría, que recibirían
sus noticias, pero que la ciudad era muy grande.
Más brandy, esta vez con un brindis dulzón como una orquídea.
El mayordomo se limitó a cabecear feliz. Después desaparecieron
amo y criado, abandonando un aroma a comida cara en el despacho.
Si le contara a Mona tal vez se riera o tal vez le apeteciera
desplazar allí sus largas piernas para bailar sobre el escritorio.
Ahora Artie con Benny Goodman al clarinete.
El amor está en todas partes. De la bragueta al corazón
hay un paso, como de la cabeza a esa joya finamente tallada
que las mujeres utilizan de arma mortal. Y esta noche
el K.O. me llegará por una paliza de Mona, sí, seguramente.
La brisa agitaba las cortinas cuando Philip Marlowe marcó
el número de siempre.
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